¿Cuándo te diste cuenta?

No sé decir si es algo que ocurre por sí sola, automáticamente, una vez decides detener el ritmo frenético, o si es una habilidad que requiere cierta práctica.

Sea como fuere, si me preguntas a mí, primero me doy cuenta de que respiro, que estoy viva y que existe un momento presente infinito. Después, me doy cuenta de que a mi alrededor existen y pasan otras cosas, que comparten el mismo momento presente infinito conmigo.

“Ayer fue MÁGICO. El camino de ir a casa de la abuela, el buen tiempo, el ambiente del domingo festivo. ROMÁNTICO. Ver a la gente en el parque. Niños jugar. El solito. Caminar poco a poco. OTOÑO. Ver a la abuela, en casa de la abuela. El almuerzo y los recuerdos. Lo familiar, acogedor. Lo compartido.”

Este pequeño y aparentemente insignificante párrafo es el retrato de una mañana, también aparentemente insignificante. Un domingo y una chica visitando a su abuela. Pero, cada vez que le leo noto que tiene guardada la sensación de contento y me la recuerda, me la hace revivir.

Los movimientos “slow” no pretenden hacer nada distinto a lo que ya hacemos, sino que es más bien un cambio de mirada. La cosa es fijarse en lo que ocurre a nuestro alrededor, y para ello necesitamos cierta lentitud. Cuando nos damos cuenta de que ocurren cosas increíbles sin tener nosotros ningún control, nos invade una sensación de calor y de agradecimiento. Entonces, prometo que no hay otro deseo y preocupación que la de apreciar ese instante y de que estás vivo y puedes vivir esto mismo.


El lado suave del mundo.

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