El arte de soltar

Darse cuenta del paso del tiempo da vértigo. Sin exagerar, lo que estoy viviendo ahora, nunca más volveré a vivirlo. Desde lo que veo y escucho en ese mismo instante hasta, de una forma más global, mi situación y la forma como soy, son cosas que sutil y progresivamente irán evolucionando. Pero no es necesariamente tan sólo el cambio que asusta, sino el soltar.

Soltar significa desprenderse, no retener, no aferrarse.

Cuando hablamos de soltar cosas del pasado, dejamos la tristeza, el arrepentimiento y el anhelo de lo que podría haber sido. Cuando hablamos de soltar el futuro, estamos intercambiando la ansiedad y preocupación por lo que podría ser por la oportunidad del azar.

¿Y qué ocurre con las cosas del presente? No debo ser la única persona a la que, al soltar una estación del año, ver a familiares hacerse mayores y dejar de vivir con los padres, le invade una pequeña tristeza. No es preocupación. Es la incipiente melancolía del mañana.

Supongo que es una forma de amar estas cosas.

Amo llevar mi falda preferida, beber horchata, dar el toque a la terraza de un bar bonito, sentir el calor de los primeros rayos de sol temprano.

Amo ver a mi familia fuerte, haciendo cosas que les encantan y sentir su amor a través de sus pasiones, sentir sus abrazos e historias.

Amo las cenas juntos, que siempre haya chocolate negro en el cajón de la cocina, leer tranquilo en mi habitación, apreciar la luz que entra por las ventanas.


El lado suave del mundo.

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